miércoles, septiembre 20, 2006

105

Erróneos y malaventurados
aquellos que confían sus placeres a la numerología y el Tarot.
Respeta mi alba fúnebre
al menos por estos minutos de reminiscencias sacrosantas,
déjame un par de flores en la espalda si quieres,
pero hasta allí no más la manito,
no tan abajo,
no por delante.
Es que cuando los años se traspapelan,
me siento un cincuentón pecaminoso,
porque es tan atroz cuando se diluyen en la misma tela
los rostros del orgasmo fulminante,
y los del llanto inmaduro,
y los de banderas con martillos,
y los de la niña que pasa al lado caminando
y no te reconoce
y no sabes si es ella o es la resaca que marea todavía.
Es que es tan desesperante, tú no te imaginas,
que se funda casi tu alma entera en un reloj vacío,
sin cuerdas ni varillas,
y lo tienes que ver como frente a un espejo
cada vez que vuelve, tan preciso,
y quieres romperlo
pero es como si te intentaras apuñalar el vientre,
quieres quitarle la vista
pero luego hay más y más relojes vacíos
con la síntesis de tu reflejo,
que hacia donde mires, te ves. Siento nostalgia, pero te prometo que será sólo por hoy,
que después no me quejaré de lo mismo
sino hasta llegado el momento.
En este instante que escribo
frente al Guernika posterizado de mi dormitorio,
sin cafés ni tequilas,
se inoculan las voces exteriores,
como nunca me pasa cuando escribo,
y se congelan
y se hacen estalactitas de metal,
esperando derretirse sobre mí
cuando termine y pase debajo de su figura.
Dicen que nunca hay que volver
a los lugares donde se ha sido muy feliz,
pero como no he sido muy feliz en ningún lugar,
puedo sentirme ciudadano
del metro cuadrado de la tristeza superlativa,
puedo mirar hacia adelante y verla a ella,
mirar hacia atrás y verlo a él,
y estoy seguro que si miro a los lados,
estaré yo y estará la otra ella, y el otro él, y probablemente el otro yo.
Es como el croquis en grafito portátil
que nunca pude terminar,
porque, claro, era fácil poner un puño en alto en el cuadro uno,
y una cabellera femenina en el dos,
y a lo mejor una pareja en el tres,
y un hombre mayor en el cuatro
pero a la hora de transformarlo todo en un sólo vistazo,
se partía la hoja en cuatro
y cada cuarto en cuatro más
y así hasta reducirse a átomos,
a quarks,
a electrones,
a qué sé yo. Si tuviera que separar todas esas vivencias concentradas,
las haría panfletos con un gran wanted arriba,
y abajo escribiría a mano
cada palabra que se acercase a darme el consuelo,
el alivio del minuto nigromante.
No enumeraría,
pero sí retendría lo que no voy a poder olvidar:
la verbena culpable eyaculándome en la primera despedida
antes de poder abrazar mis deseos de sangre
y el reencuentro pisoteado por la multitud en celo.
No me culpes por exhibirte así,
pero tuve que probar cómo era desprenderme de ti
y mostrar la genealogía de un adoquín enraizado
a nuestra columna bipartita,
para que por fin,
fuéramos uno sólo el que camina por la vereda.